La Orden de Caballería constituye un grupo nobiliario que fue primordialmente, sobre todo en su origen, el grupo militar de los protectores de la sociedad y la fe cristiana.
Como decía Alfonso X en su segunda partida, el caballero es un hombre especial, que al igual que Dios eligió entre los más duros para acaudillar militarmente a su pueblo contra Gedeón, es seleccionado por los monarcas y dirigentes, uno en mil, entre los más preparados física y moralmente, para soportar los peligros y esfuerzos que acarrea defender el código de la caballería, y convertirse en defensores de la ley, que es la fe, la tierra y el rey, y por extensión del pueblo.
El ingreso en el ordo o clase de la caballería, aunque atestiguado al menos desde el s. XI, como un ritual, no tiene sus primeras plasmaciones doctrinales hasta finales del s. XII y, sobre todo, en el s. XIII.
En el siglo XI, el acto debió circunscribirse al aspecto más puramente militar, al acto de armarse con todas las armas, sobre todo la espada. A partir de la segunda mitad del s. XII se atestigua otro gesto fundamental en este rito, la "pescozada".
Para España la primera referencia a la pescozada, aparece en el fuero de Cuenca, de principios del s. XIII. Sin embargo no queda claro en qué consistía esta pescozada, aunque lo más probable es que se tratase de una bofetada en la cara. De ahí se pasaría al espaldarazo o golpe en la espalda y finalmente al golpe de la espada en la cabeza del investido.
Si bien el código caballeresco es bastante uniforme, al menos desde el s. XIII, en parte gracias a la homogeneidad de un grupo social con funciones bien definidas hasta entonces, el papel homogeneizador de las cruzadas y los libros de caballería como el ciclo artúrico, el rito no lo es tanto.
La segunda partida de Alfonso X junto con el Libro de la caballería de Ramón Llull son las obras de referencia que intentan fijar un ritual que se podría tomar como modelo.
Para el rey castellano-leonés los caballeros han de ser nobles de linaje, algo que luego variará con el tiempo.
El aspirante, en primer lugar, debe pasar el día anterior en vigilia. Además debe estar vestido lo mejor posible, para lo cual será ayudado. Esa limpieza debe ser tanto física en paños y cuerpo, como espiritual.
Es curioso hacer notar que Alfonso se toma la molestia en puntualizar que el ir limpio, y tomar los dos baños, (al principio de la vigilia y luego, antes de la propia ceremonia de la investidura) no implica un menoscabo de las cualidades varoniles del candidato, ni de su fortaleza, ni de su crueldad necesaria.
En ese estado de recogimiento que debe ser el de la vigilia, se le informará de todos los trabajos y sufrimientos que ha de pasar al tomar la caballería. Acto seguido se pondrá a orar de rodillas, todo lo que pueda, pidiendo el perdón de sus pecados y la asistencia divina en la tarea que se le presenta.
En cuanto a la vestimenta Alfonso X deja claro que antiguamente se hacía con toda las piezas armadas puestas. Así se supone que también pasaría la noche.
En la mañana de la investidura se volvería a arreglar y descansaría brevemente en una cama. Acto seguido pasaría a oír misa. Una vez concluida se presentará el que le ha de armarle caballero y le interrogará si está dispuesto a la investidura. Ante la respuesta afirmativa le ayudará a calzarse las espuelas, y le ceñirá la espada.
Una vez concluido todos los preparativos previos, y con la espada desenvainada se trasladará, si hace falta, al lugar de la ceremonia donde procederá a realizar un juramento triple: no dudar en morir por su ley (fe cristiana), por su señor natural, y por su tierra. Juramento que a veces se obviará más tarde.
Una vez pronunciado el juramento se le da la pescozada, para que no olvide lo que ha jurado. Al tiempo, los oficiantes y el postulante pedirán Dios no se lo permita olvidarlo.
El penúltimo acto es el beso que se dan el nuevo caballero y quien le ha dado la pescozada, como símbolo de fe y de paz. Lo mismo hacen todos los caballeros presentes en señal de hermandad.
EL siguiente rito es el de ceñir la espada, que había quedado desenvainada. Ahora, el que se llamará padrino, será el que le ciña de nuevo la espada al caballero novel. Este padrino puede ser su señor natural, un caballero honrado o un caballero bueno de armas.
Por último ya sólo quedará festejarlo con un gran banquete e incluso con algún torneo, aunque lo prohibiese la iglesia, coincidiendo con fechas señaladas en el calendario.
Las armas, y la espada, no sólo se supone que son las herramientas básicas del nuevo caballero, sino que tienen una profunda simbología, que todos los manuales, incluido los de ingreso a las órdenes militares, se encargan de reseñar.
Incluso por dónde se colgaba la espada, se debería poder distinguir a un caballero de otro que no lo fuera, o un escudero. Así, el caballero la llevaría ceñida a la cintura, mientras que los escuderos la llevarían al cuello. Otro rasgo distintivo sería el de las espuelas, siendo las de los caballeros de oro, y de plata las de los escuderos.
En la última película de Ridley Scot aparecen dos actos de amar caballeros. Uno, individual, donde Balian de Ibelin es armado caballero por su propio padre a punto de fallecer. El otro, colectivo, en vísperas de la gran batalla por la defensa de Jerusalén.
El acto individual está más o menos bien representado. De hecho, la bofetada que se le propina al postulante como rito de iniciación está bien atestiguada en fuentes contemporáneas del s. XII. Es una de las variantes del espaldarazo o pescozada.
El nombramiento de caballeros en un acto colectivo no era infrecuente en vísperas de una gran batalla o después de ella.
¡Arrodíllate!
Todos los hombres de armas... o capaces de usarlas...¡Arrodíllense! ¡De rodillas!No tengas miedo al encarar a tus enemigos.Sé valiente y recto, para que Dios te ame.
Di la verdad, aunque te acarree la muerte.
Protege al indefenso.
Ese es tu juramento.
(Y eso es para que lo recuerdes)
¡Levántense como caballeros!
¡Levántense como caballeros!
Nadie nacía caballero. Había que investirse, lo que suponía un necesario entrenamiento durante la niñez y la juventud. La preparación era principalmente física: pesas, manejo de armas, equitación; sin olvidar otros valores como la devoción, la disciplina, los buenos modales y otras materias cortesanas.
Lo habitual en el ámbito europeo es que se enviasen a los hijos (sobre los once años) a casa de un pariente o un señor con relación natural, o a una corte extranjera, para que realizara su aprendizaje como escudero, algo que solía llevar varios años.
Por cierto, no parece que hubiera una edad mínima para ser caballero. Se estipulaba claramente que quien invistiera tenía que tener como mínimo catorce años, pero no se comenta nada del investido. Lo normal sería contar con esa misma edad pero no es raro encontrar investiduras de personajes más jóvenes, sobre todo a partir de los 12 años, edad que en Castilla se consideraba la mínima para ir a la guerra.
El escuderaje podía ser bien como escudero, paje, entendiéndolo como un joven noble aún no caballero, o un peón de armas (casi siempre de origen inferior), al servicio de un caballero en las campañas de guerra o en el castillo. Esta etapa, además de entrenamiento personal, servía para forjar amistades que le pudieran ser útiles al futuro caballero, así como a reafirmar vínculos entre varias casas.
Pero ya desde la niñez, sobre todo a partir de los 7 años, el entrenamiento era necesario. Este entrenamiento se realizaba de forma consciente, como algunas habilidades intelectuales, normalmente sobre escritos religiosos, y cortesanas. Y también inconsciente como la lectura de hazañas caballerescas y juegos, algo que, por otra parte, continuaría durante toda su vida adulta, de una forma u otra.
En la última etapa de la formación del joven se harían especial referencia a su formación militar y ecuestre, ayudado por largas jornadas de caza
Associació Cultural Dames i Cavallers d'Uixó
ACDamesiCavallersdUixo@gmail.com
muy bien, muy buen post dedicate a ser historiador o maestro de sociales te deseo suerte y grcias
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